lunes, 25 de mayo de 2020

UN DÍA A LA VEZ




Ya sabía que el trabajo de ama de casa no tenía fin. Soy de las personas que necesito tener todo limpio y ordenado.  Hace un par de años me quedé sin ayuda en casa por más de dos meses, con dos niños pequeños que al regresar de la escuela tenían varias actividades extracurriculares, y no faltaron a ninguna de esas clases. Mi esposo por su trabajo no tenía tiempo para ayudar en ningún tipo de oficio, pero yo, mamá,  podía tenerlo todo listo y además  estar lista para salir corriendo y estar a tiempo en cada actividad.  Fue muy pesado, pero tocaba y lo hacía con gusto y sin quejas. Pensaba en mi mamá que crió a sus cinco hijas sola y sin ningún tipo de ayuda. 

Gracias a Dios en todos estos días de cuarentena la chica que trabaja en casa se ha quedado con nosotros todo el tiempo, y ha salido cada mes. Y este fin de semana tenía su merecida salida. Debo agregar que es como parte de nuestra familia, le tenemos un gran cariño y aprecio, y todas las consideraciones que se merece. Es servicial, hacendosa y muy responsable.

Lunes 25 de mayo de 2020.

 Me levanté a las 6:10 a.m. a preparar el desayuno a los niños que tenían sus clases virtuales a las 8:00 a.m. Para aprovechar el tiempo mientras bajaban, busqué toda la ropa sucia que había del fin de semana para ponerla  a lavar, parecía que no se lavaba en semanas. ¡De dónde salió tanta! Puse la lavadora después de clasificar colores y texturas, lo usual. La máquina empezó a hacer su trabajo, en eso bajaron los niños y el desayuno ya estaba listo. Nada complicado,  yogourt griego, miel de agave, nueces, granola y canela. Salchichitas de lata, no las comen usualmente, solo cuando quiero hacerles algo rápido. Una rodaja de pan tostado con un toque de mantequilla ghee, y unos cuadritos de manzana. Agua para los dos. Comieron, agradecieron y subieron a prepararse para sus clases.

Decidí hacerme un café en mi máquina,  ya tenía lo tenía listo, en eso  bajó mi esposo y le pregunté si quería uno para despertarse antes de hacer sus ejercicios. Me respondió que sí, así que le dí el mío. Yo ya había bajado lista con mi ropa de hacer ejercicio, todas las mañanas en estos días de cuarentena que no puedo ir al gym, hago la rutina en vivo con Fausto Murillo a las 8:30 a.m. ¡Excelente!

Recordé que debía organizar el almuerzo, saqué una entraña, unas yucas, además  un hígado de res para mi. ¡Me encanta! Saqué todo esto de la nevera para que se fuera descongelando. Sentí que faltaba algo, así que puse a cocinar unas lentejas, a mis hijos les encanta. Todo en marcha. Miré hacia la lavandería y vi una  ropa que había lavado el sábado, debía doblar y ubicar todo en cada cuarto. Wao, ahora sí me pregunté de donde salía tanta ropa, sólo había pasado un día sin lavar, el domingo. Bueno, manos a la obra me dije.

Organicé toda la ropa y la ubique en su lugar. Mi casa tiene doble altura así que ya estaba calentando para mi rutina, subiendo y bajando las escaleras. Cuando subí la ropa vi que por bajar rápido  no había arreglado la cama, así que de inmediato la arreglé. !Lista, perfecto!

Ya casi eran las 8:15 a.m. Me preparé mi café y una bebida de Vivri, Power Me, que tomo durante el entrenamiento me da energía y me hidrata.  En eso que saqué el mat, las pesitas y la toalla, escuché que la lavadora había parado.  Así que me apresuré y dejé la ropa en la secadora antes de iniciar la rutina de ejercicios.

En un receso del entrenamiento me percaté que la secadora no estaba haciendo ningún ruido, me asomé y en efecto estaba apagada. Dudé en ese momento si en verdad la había encendido. No tengo buena memoria, menos cuando estoy apurada. Ahora, consciente y presente la  encendí, y salí corriendo a seguir con mi rutina. Estaba empapada de pies a cabeza, hoy tocaba hacer glúteos, y piernas. ¡OMG! ¡Que fuerte máquinas! Como dice Fausto.

 Casi estábamos por terminar la clase del día cuando mi esposo bajó, le pregunté si ya había terminado su rutina, me dijo que no,  aún le faltaban 20 minutos. Nuevamente me percaté que la secadora no estaba haciendo ruido, fui a  revisar y estaba apagada. Algo pasaba, traté de encenderla y no arrancaba. Se había dañado. Traté de recordar si tenía algún contacto de técnicos autorizados, pero los que tenía al parecer habían cambiado sus teléfonos. Bueno después revisaría, debía continuar con mis ejercicios.

Finalmente terminamos, estaba agotada y más que sudada. Eran las 9:50 a.m. Justo en ese momento bajó mi esposo a desayunar, ya le  tenía un  salmón ahumado que había sacado más temprano, queso cocottage y unas sanísimas que son unas galletas de maíz bien ricas. Y además le hice un licuado con una piña que tenía congelada.
Yo comí, salmón y queso cottage  https://es.wikipedia.org/wiki/Cottage_(queso)
Después de  hacer  los ejercicios no me daba mucha hambre.

Ya casi estaban listas las lentejas. Me puse a sacar la ropa que tenía en la secadora, estaba mojada, y empecé a colgarla por toda la lavandería, por suerte hacía calor y el sol estaba en su punto. En eso se me hicieron casi las 11:00, así que empecé a organizar el almuerzo. Limpié la entraña y le puse sal, de modo que solo tuviera que ponerla en la parrilla cuando fuera a cocinarla. Limpié una lechuga y unos tomates para la ensalada. Y puse agua para hervir la yuca. Pensé en subir y bañarme, pero aún no había limpiado los cuartos, quería barrer y trapear, solo eso y ordenar un poco. Vi la hora y supe que tendría tiempo, subí corriendo armada con un trapeador, recogedor, trapos y desinfectante. Empecé por mi cuarto, recogí la basura del baño, y coloqué bolsitas limpias. Limpie los lavamanos, barrí, y trapee todo. Igual operación en el cuarto de mi hijo y mi hija, pasillos, y escaleras. En eso mi hijo me dice mamá tenía  hambre, me apresuré, y a las 12:30  había terminado, ya estaba lista para hacer el almuerzo.
Las yucas estaban listas, las había dejado cociendo antes de subir.
Puse la entraña y en menos de 15 minutos todo estaba listo. Hasta mi hígado encebollado.
Serví y comimos juntos, el primero en terminar fue mi esposo, comió rápido, había tenido dos consultas virtuales después del desayuno, y debía ir al hospital a ver a otro paciente. Se fue enseguida.
Los niños terminaron, dijeron te amo mamá gracias, estaba todo rico,  y subieron, la niña a terminar sus tareas y el niño a jugar.
Mientras terminaba de comer la ensalada, sola,  observé todo el trastero que tenía por  recoger, la cocina sucia, llena de grasa por la entraña, el piso lleno de migas, y me dije ahora que es que empiezo a limpiar. Ya era la 1:30 p.m.

Recogí y fregué todo, no quise usar el lavaplatos, y limpie la estufa. Barrí y trapee la cocina. Todo quedó impecable como si nadie hubiese pasado por ahí.

Eran las 2:30 p.m cuando subí a mi cuarto. Me sentía agotada, ya me pesaban los años, y la falta de costumbre en estos quehaceres. Puse el aire, mi difusor de aceites esenciales  y entré a bañarme. Me tomé mi tiempo en el baño, dejé que el agua caliente cayera abundantemente sobre mis hombros que estaban tensos.

Salí y me acosté un rato y me puse la bolsa caliente en la espalda, sentía dolor y tensión,  mientras rezaba la divina misericordia en vivo desde Youtube,  ya eran las 3:00 p.m tengo una alarma, para rezarla todos los días. Me sentí tan bien, feliz y agradecida. Luego recé un rosario al sagrado corazón de Jesús. Y luego me dormí. Desperté a las 4:45 p.m. Recordé que había dejado unas toallas en la lavadora, bajé a colgarlas y aproveché para ver si la pechuga que había sacado para la cena ya se había descongelado. Todavía le faltaba un poco. En eso que iba saliendo de la cocina, miré hacia el microondas y vi el vidrio empañado con algo de grasa, se notaban unos  deditos marcados, tomé un trapo y un limpia-grasas  y procedí a limpiarlo, quedó reluciente.

Volví a mi cuarto, me dieron ganas de recordar este día, así que busqué la computadora y empecé a escribir. Redacté toda esta entrada, tuve que parar para bajar a hacer la cena, ya eran las 6:30 p.m. La hora me indicaba que mi esposo estaba por llegar, había ido a recoger a la chica que trabajaba en casa ya le tocaba regresar, gracias a Dios, había salido el viernes en la tarde.

En lo que sazoné la pechuga con culantro, ajo y sal, empezó a caer un torrencial aguacero, quise saber si ya estaban cerca, todo estaba blanco y no se veía bien. No es bueno conducir así, llamé a la chica y me dijo que ya estaban llegando. ¡Que bueno! La lluvia, el cansancio y la noche me dieron ganas de tomarme una copita de vino, busqué en nuestro bar una botella de vino blanco y me serví una copa. Encendí una vela aromática. Las pechugas estaban listas.

Mi esposo llegó corriendo, tenía una conferencia  a las 7:00 p.m. Le pregunté si iba a cenar de una vez, me dijo que sí. Subió a bañarse y dejó los zapatos y la ropa de hospital abajo. Desinfecté los zapatos y puse la ropa a lavar en agua caliente de inmediato.

La chica empezó a ayudarme a terminar la cena, y a fregar, me había traído guanábanas de la casa de su prima. Me contó que  la había pasado muy bien allá con su sobrina, que es casi su hija. Bueno, pero el deber la llamaba, le tocaba regresar,  era su trabajo, y gracias a Dios tenía uno aunque fuera el más difícil de todos, ese que no tenía fin. ¡Y yo sí que lo sabía!

Los niños y mi esposo cenaron. Saqué la ropa de mi esposo recién lavada y la colgué. Me serví otra copa de vino blanco y subí a terminar mi entrada. Ya eran las 9:00 p.m.

Mi esposo terminó su conferencia, y vino a decirme que al día siguiente debía  ir temprano a la  casa de su mamá para ayudarla a subir al transporte que la llevaría  a su quimioterapia. Este era un nuevo servicio para personas discapacitadas o con problemas de movilidad, como era el caso de mi suegra.  Aproveché y le conté el asunto de la secadora y que al día siguiente vendría un  técnico a revisarla  ¡Bendito Dios! Y me preguntó, ¿llamaste a la administración para avisar que vendrá?, ¿Traerá mascarilla? Le respondí que no, se me había olvidado, además había estado ocupada todo el día, y apenas a las 4:00 p.m. fue que  confirmó  que vendría.  No me acordé de la administración, ni de la mascarilla, ni que estábamos en tiempo de Covid-19. Yo solo quería reparar mi máquina. Él respondió:  mañana temprano avisaré a la administración, sino no lo dejarán pasar.
 OMG! Su tono de voz me  sonó, a regaño. A un, ¡que olvidadiza eres!
Relajada, seguí disfrutando mi copa de vino. Un día a la vez, me dije.

Y así terminó mi día gracias a Dios.








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